La ventana de tolerancia: cómo el cuerpo nos muestra lo que puede sostener

Nuestros cuerpos recuerdan. Aún cuando nuestra mente intenta dejar atrás el pasado, el cuerpo guarda cada experiencia, especialmente aquellas que fueron abrumadoras o dolorosas. El concepto de ventana de tolerancia, propuesto por el psiquiatra Daniel J. Siegel, nos ofrece un mapa para entender cómo el sistema nervioso responde al trauma y qué necesitamos para regresar a un estado de mayor seguridad y presencia.

¿Qué es la ventana de tolerancia?

Imaginemos que nuestro sistema nervioso tiene una “zona óptima” en la que podemos pensar con claridad, sentir sin desbordarnos y responder a las demandas del día a día con cierta flexibilidad. Esta es la ventana de tolerancia: un espacio interno en el que nos sentimos lo suficientemente seguros como para habitar el presente.

Cuando estamos dentro de esta ventana:

  • Podemos sentir emociones sin ser arrasados por ellas.
  • Mantenemos la conexión con nosotros mismos y con los demás.
  • Nuestro cuerpo y mente están en un estado de regulación.

Pero cuando el trauma irrumpe —especialmente si ha sido demasiado, repetido, temprano o sin apoyo—, esa ventana puede volverse muy estrecha. Lo que para otros puede ser simplemente incómodo, para alguien con trauma puede sentirse insoportable o incluso amenazante.


¿Cómo se produce el trauma?

El trauma no es el evento en sí. Es lo que sucede en la relación entre el evento y el sistema nervioso, cuando algo nos supera y no tenemos suficientes recursos para atravesarlo de forma segura.

Cuando una experiencia nos saca de nuestra ventana de tolerancia, el sistema nervioso queda atrapado en estados de hiper o hipoactivación. Es ahí donde se instala el trauma: no como una memoria del pasado, sino como una fijación fisiológica en el presente.

Y aquí es fundamental entender que el tamaño de nuestra ventana de tolerancia es variable y contextual. Depende de muchos factores:

  • El ciclo vital que atravesamos: No es lo mismo un bebé, un niño, un adolescente, un adulto o un adulto mayor. Las capacidades para procesar y sostener experiencias cambian a lo largo de la vida.
  • El contexto de vida: Si contamos con apoyo familiar o social, si atravesamos enfermedades, pérdidas, estrés constante, o si vivimos en ambientes inseguros, todo esto influye.
  • Las experiencias previas: Si ya hemos vivido situaciones traumáticas y no fueron integradas, nuestra ventana puede ser más estrecha.
  • Los recursos internos: Tener herramientas de regulación, autoconocimiento o desarrollo de habilidades marca una diferencia.
  • Las características físicas: La fuerza, la flexibilidad, la salud general o la capacidad de resiliencia del cuerpo también son factores que inciden.

Por eso una misma situación puede no tener ningún efecto traumático en una persona y, en otra, dejar una huella profunda. La clave está en la capacidad del sistema nervioso para mantenerse o regresar a su zona de regulación.

Esta ventana, además, no es fija. Puede ampliarse o reducirse a lo largo de la vida, dependiendo de nuestras experiencias, vínculos y herramientas. Y ahí está el mensaje más esperanzador: es posible cultivarla, fortalecerla, ampliarla.


Fuera de la ventana: hiper-activación e hipo-activación

Cuando salimos de nuestra ventana de tolerancia, lo hacemos en dos direcciones:

  1. Hipe-ractivación: El cuerpo entra en modo de lucha o huida. Hay ansiedad, agitación, pensamientos acelerados, dificultad para concentrarse, insomnio, ira. El cuerpo está preparado para el peligro, aunque no haya uno real en el presente.
  2. Hipo-activación: El cuerpo colapsa: nos sentimos apagados, desconectados, entumecidos, con poca energía o motivación. A veces se experimenta como una sensación de vacío o de estar flotando, como si estuviéramos presentes pero ausentes.

Ambos estados son respuestas adaptativas del sistema nervioso. No son “fallos”, sino estrategias que el cuerpo aprendió para sobrevivir.


La importancia de ampliar la ventana

Una de las claves en el abordaje del trauma —especialmente desde enfoques como Somatic Experiencing— es ampliar progresivamente la ventana de tolerancia. Esto no se logra empujándonos a “sentir más” o a “enfrentar todo de golpe”, sino desarrollando recursos internos que nos permitan ir construyendo poco a poco una sensación interna de seguridad. Volviendo al cuerpo, aprendiendo a leer sus señales, y cultivando la capacidad de estar presentes en pequeñas dosis sin desbordarnos.

Trabajar con el cuerpo permite:

  • Reconocer cuándo estamos saliendo de nuestra ventana de tolerancia.
  • Aprender a regresar a nuestra ventana de tolerancia cuando hemos salido de ella.
  • Volver a habitar nuestro cuerpo con mayor confianza.

Un camino de regreso a casa

Comprender la ventana de tolerancia es un acto de compasión hacia uno mismo. Nos permite mirar nuestros estados emocionales y físicos no como “problemas a resolver”, sino como mensajes del cuerpo que necesitan ser escuchados. En vez de luchar contra nosotros mismos, podemos empezar a acompañarnos con ternura, regulando nuestro sistema nervioso y reconstruyendo, desde adentro, un sentido de seguridad.

Tu cuerpo no falló. Se adaptó. Y puede volver a florecer, cuando encuentra tierra fértil, tiempo, presencia, cuidado y escucha.

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